Death Sentence (Spanish)
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- Format: Folded Tract
- Size: 3.5 inches x 5.5 inches
- Pages: 4
- Imprinting: Available with 5 lines of custom text
- Version: RVR-1960
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Hace unos años en mi ciudad, le ejecutaron mediante inyección mortal al tipo quien mucho antes mató a tiros al corazón a un oficial de la policía. Afuera de la prisión aquel día, mientras demonstraron en favor ochenta apoyadores de la pena de muerte, 140 opositores de la pena capital demostraron en contra de la ejecución anunciada.
Personas por ambos lados de la disputa en torno a la pena capital defienden vigorosamente sus puntos de vista. Pero es raro que sus argumentos tomen en cuenta lo que la Biblia dice con respecto a la pena de muerte: «El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre» (Génesis 9:6).
Dios no decretó la pena de muerte como impeditivo, ni como venganza, ni para prevenir muertes adicionales. Lo quiso como demostración pública de que el hombre fue creado a imagen propia de Dios y que, como tal, tiene gran valor sobre todas las criaturas en la tierra (Génesis 1:26-28). El que a propósito le quita la vida a su semejante comete un horrible crimen contra el Dios Creador tal que pierde el derecho a su propia vida.
La Biblia describe otra clase de pena de muerte que amenaza a todo ser humano nacido en este mundo: «Como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron» (Romanos 5:12). Cada uno de nosotros ha seguido a Adán y Eva, padres de la raza humana, en desobedecer a Dios—en PECAR. Nuestro pecado ha traído una sentencia de muerte contra nosotros: «La paga del pecado es muerte» (Romanos 6:23).
La muerte a la cual Dios nos ha condenado a consecencia de nuestros pecados incluye la muerte física, pero abarca además una clase de muerte mucho peor. Es la eterna separación de Dios—descrita en la Biblia como un lago de fuego, como las tinieblas de afuera, sed inapagable, llanto y crujir de dientes, y tormentos (Mateo 8:12; Lucas 16:22-24; Apocalipsis 20:15).
¿Habrá algún escape de esta sentencia de muerte que pende sobre nosotros? El señor antes mencionado les dijo a los periodistas que le entrevistaron poco antes de su ejecución, «Estoy tratando de ser todo lo mejor que pueda». ¿Cree usted que eso fue lo suficientemente bueno ante Dios? ¿Cree que nuestras buenas obras, que así las llamamos, tanto en el presente como en el futuro, podrán deshacer nuestras malas obras del pasado?
¿Cuántos pecados tuvieron que cometer Adán y Eva para que Dios les expulsara del Jardín de Edén? Uno solo. ¿A Adán se le dio una lista de buenas obras a hacer y un régimen de penitencia que cumplir para volver al favor con Dios? ¡NO! No había nada en absoluto que él pudiera hacer para vencer los terribles resultados de su pecado de desobediencia a Dios. Y no hay nada en absoluto que nosotros podamos hacer para ganarnos el favor de Dios cuando ya hemos pecado.
¿Cómo entonces escaparnos de la pena de muerte? «¿Qué debo hacer para ser salvo?» Hace más de 1900 años un carcelero en la ciudad de Filipos en Grecia hizo esa pregunta. El no estuvo preso por delitos que había cometido. Pero vino a reconocer que no sólo los criminales sino él mismo era pecador que necesitaba ser salvo. El apóstol Pablo respondió a su pregunta, «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo» (Hechos 16:31).
¿Qué hay tan especial en el Señor Jesucristo para que creamos en Él? Él fue el Hijo eterno de Dios—el Creador del universo. Dios envió a su Hijo a este mundo donde vivió una vida totalmente sin pecado (2 Corintios 5:21). Sin embargo, los líderes del pueblo le declararon «culpable de muerte» y le clavaron en la cruz. ¡Ello fue el mayor acto de injusticia en la historia del universo!
¿Por qué permitió el Hijo de Dios que le hicieran así? Piense bien en la respuesta: El fue a la cruz por usted y por mí. «Cristo murió por nuestros pecados… y… resucitó al tercer día conforme a las Escrituras» (1 Corintios 15:3-4; 1 Pedro 2:24).
¿No es maravilloso? El Señor Jesucristo llevó él mismo la sentencia de muerte para quitarla de usted y de mí. El carcelero al que Pablo le dijo que creyera «en el Señor Jesucristo» hizo eso mismo, y se regocijó en su salvación (Hechos 16:34).
Querido amigo, venga a Cristo, confesándose pecador que merece ser expulsado de la presencia de Dios por toda la eternidad. Entonces, crea que cuando Cristo murió en la cruz, murió por usted. Deposita toda su fe y confianza en los sufrimientos y la muerte que él llevó en la cruz para su salvación eterna de usted. Si lo hace, Dios le sacará del corredor de la muerte. «De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación (o, ‘juicio’), mas ha pasado de muerte a vida» (Juan 5:24).
No espere; confíe en Cristo como su Salvador hoy! «Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano» (Isaías 55:6). «He aquí ahora el día de salvación» (2 Corintios 6:2). —Paul L. Canner