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Are You Going to Heaven (Spanish)

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  • Format: Folded Tract
  • Size: 3.5 inches x 5.5 inches
  • Pages: 6
  • Version: RVR-1960
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The full text of this tract is shown below in the RVR-1960 version. (Do you want to print this tract in a different version than the one listed? Contact us and let us know what you're looking for—we may be able to create the alternate version for you at no charge.)

Si muriera hoy, ¿sabe con certeza que iría al cielo? ¿Tiene alguna duda al respecto? ¡La Biblia dice que usted puede estar seguro de que el cielo será algún día su hogar eterno!

“Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios” (1 Juan 5:13).

Usted puede saber que tiene vida eterna. Pero ¿qué es la vida eterna?

“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3).

La vida eterna no es sólo una promesa de un hogar en el cielo, es una relación personal con Dios y su Hijo. Usted puede disfrutar el conocer a Dios en esta vida. Desafortunadamente, la mayoría de los hombres no tienen esta clase de relación con Dios. Algo los ha separado de Dios.

“Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isaías 59:2).

El pecado, o la desobediencia a la voluntad de Dios, nos ha separado de Dios. Si tenemos pecado sin perdón en nuestras vidas, estamos separados de Dios. La Biblia enseña claramente que todas las personas han pecado: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).

La cuestión no es si hemos pecado. La pregunta que hay que responder es la siguiente: ¿qué debemos hacer para ser perdonados de nuestros pecados? La mayoría de las religiones enseñan que el hombre debe trabajar para ganar ese perdón, pero ¿es eso lo que enseña la Biblia? ¿Podemos ser lo suficientemente buenos para ser perdonados?

Una enseñanza popular es que, si guardamos los diez mandamientos encontrados en Éxodo 20, iremos al cielo cuando muramos. ¿Es por eso que dio Dios los diez mandamientos? ¿Es posible para nosotros guardarlos?

“Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios” (Romanos 3:19).

El propósito de la ley no era darnos una manera de ganar el cielo, sino de mostrarnos que somos culpables. Echemos un vistazo a dos de los diez mandamientos.

“Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da” (Éxodo 20:12). ¿Alguna vez ha desobedecido o deshonrado a sus padres? ¿Puede decir honestamente que ha guardado este mandamiento?

“No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” (Éxodo 20:16). ¿Alguna vez ha mentido? ¿Puede decir sinceramente que nunca ha engañado a nadie?

Hay ocho más, pero estos dos son suficientes. Somos culpables e incapaces de guardar los diez mandamientos. No podemos ganarnos el perdón. La Biblia enseña que hay una sanción para el pecado. Esa pena es la muerte.

“Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).

La pena de muerte comenzó con el primer hombre, Adán, y ha sido transmitido a todos los hombres, porque todos somos pecadores.

“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12).

Si morimos sin perdón, no se nos permitirá entrar al cielo. “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apocalipsis 21:8).

“¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios” (1 Corintios 6:9-10).

La palabra de Dios es clara. Si Dios nos reconoce como pecadores cuando morimos, nos iremos al infierno para siempre. ¡Pero hay esperanza!

“Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Corintios 6:11).

Jesucristo, el Creador, se hizo hombre y murió en nuestro lugar en la Cruz. Derramó su sangre para que pudiéramos ser perdonados. Resucitó al tercer día y ahora está en el cielo con el Padre.

“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Romanos 5:8-10).

Dios quiere salvarle de su pecado. Es la voluntad de Dios que todos vengan al arrepentimiento y reciban el regalo de la vida eterna.

“El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).

El arrepentimiento es un cambio de mentalidad que resulta en una vida transformada. Dios quiere que usted cambie su opinión sobre el pecado y cómo ir al cielo, que odie el pecado que ahora ama, que deje de depender de sus propias buenas obras para ganarse un lugar en el cielo y confie plenamente en lo que Cristo hizo por usted en la Cruz.

¿Creerá en el Señor Jesucristo? Si es así, Dios ha prometido perdonarle sus pecados y darle un hogar en el cielo cuando muera.

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).

“El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).

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