Man In The Mirror (Spanish)
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- Format: Folded Tract
- Size: 3.5 inches x 5.5 inches
- Pages: 6
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- Version: RVR-1960
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Poco después de la muerte de nuestro hijo Juan Pablo a los 31 años de edad, encontramos un registro conmovedor de sus últimos pensamientos. Sus apuntes en forma de diálogo con Dios, escritos días antes de su muerte, son el legado más preciado de nuestro hijo. Creemos que es la voluntad de Dios que compartamos ese mensaje con otros.
Juan Pablo era un buen estudiante, músico y autor. Después de sacar su grado “B.SC” en informática en el año 2002, descubrió que tenía cáncer. El diciembre de aquel año fue el último fin de año que pasamos con nuestro hijo único.
Una de nuestras actividades favoritas era el senderismo en las montañas. En las caminatas en el invierno solíamos hacer una gran fogata y sentarnos cerca para hablar. Durante una de esas salidas él nos confió que tenía SIDA. Yo escuchaba atónito mientras él nos contaba su historia entre sollozos de angustia y desesperación. Nos abrazamos y lloramos al calor del fuego, y le aseguré que nuestro amor por él era constante e incondicional. Como resultado de su debilitado sistema inmunológico, no pudo vencer el cáncer que al final tomó su vida.
En la primavera del 2003, Juan Pablo nos acompañó a Hawaii. Tomaba morfina para aliviar el dolor mientras visitábamos aquella isla tan hermosa. En el lugar llamado Bahía de Hanama, exclamó con tristeza que “nunca jamás iba a volver a ver aquella la bahía más hermosa de todo el mundo”.
Nuestra lectura bíblica y tiempos de oración en el hotel ayudaban a aliviar el tormento de angustia y dolor. Una noche, leyendo el libro de Philip Yancey; “Disappointment with God” (“Desencanto con Dios”), Juan comentó: “Menos mal que la salvación es un don gratuito – de otro modo estaría perdido, porque he roto todas las promesas que le he hecho a Dios”.
Poco después de volver a casa, Juan Pablo murió. Encima de la mesa en su cocina encontramos el siguiente diálogo con Dios:
Yo:
Soy un hombre quebrantado, mi Señor.
Un hombre quebrantado.
¿El Señorcscart_
¿Qué quisieras decir, hijo mío?
¿Qué quisieras decir?
Yo:
¿No me tomarás la mano, querido Señor?
¿No me tomarás la mano?
¿El Señorcscart_
Pero no puedo tomar tu mano,
Si delante del espejo estás.
Yo:
He oído las langostas.
Y me han tocado – ¿Puedo volver atrás?
(Éx. 10:14-18; Jl. 2:25)
¿Cómo puedo volverme, mi Señor?
¿Cómo puedo volverme?
¡El Señor!
Vuélvete de la muerte, hijo mío,
Niégate a ti mismo.
Sé que no eres como Job de antaño,
Conozco bien la aflicción.
Millones de niños mueren,
Y sufro con cada uno.
Pero he muerto por ti, querido hijo,
He muerto por todos.
El diálogo poético de nuestro hijo con Dios revela su lucha con el dolor humano y el temor. Comienza declarando su condición desesperada. Dos veces repite que es hombre quebrantado. Tan quebrantado está que teme que Dios ni escuchará su clamor, y por eso le designa: “¿El Señor?”, con interrogante.
El Señor abre la puerta al diálogo con una pregunta y una expresión de cariño: “¿Qué quisieras decir, hijo mío?” Juan Pablo le implora a Dios que le consuele: “¿No me tomarás la mano, querido Señor?”, y el Señor (todavía con interrogante) le reta. No puede consolar a quien está “delante del espejos”, esto es, alguien que está centrado en su propia imagen externa. En enfoque debe cambiar de lo externo, lo que el mundo ve, a lo interno, lo que Dios ve. Entonces Juan cambia su enfoque del hombre en el espejo al hombre interior; su alma, dónde han hecho estrago los destructores proverbiales, las langostas de Éxodo y Joel.
Confiesa ahora la razón de su quebrantamiento. Las langostas, símbolo del pecado, le han tomado como víctima, como presa, y él clama: “¿Cómo puedo volver?
Con esa pregunta todo cambia. Ahora “¡El Señor!” (con admiración) responde: “Vuélvete de la muerte, hijo mío”.
Dios no ordena que deje de morirse del cáncer. Habla de la consecuencia del pecado, la muerte espiritual y eterna, y ofrece una solución compuesta de dos partes: “Vuélvete” y “Niégate a ti mismo”. Juan se volvió confesando su quebrantamiento, su pecado, su enfoque erróneo y su necesidad del abrazo del Salvador. Negarse a sí mismo incluía el arrepentimiento y el andar en obediencia a la voluntad de Dios revelada en Su Palabra, la Biblia.
Entonces Dios actúa consolando a Juan Pablo en su angustia. No desprecia su temor y debilidad. “Sé que no eres como Job de antaño”. Responde al asunto que tanto le molesta a Juan: el sufrimiento humano:
“Conozco bien la aflicción.
Millones de niños mueren.
Y sufro con cada uno”.
Entonces Dios cambia el enfoque de Juan, de la humanidad colectiva a un individuo: Juan Pablo. “Pero he muerto por ti, querido hijo”. Pese a las preguntas que Juan todavía tuviera, una cosa sabía: Cristo murió por él, y no sólo por él sino por todo el mundo. “He muerto por todos”.
El 1 de junio, 1980, como un niño de nueve años, Juan Pablo escribió en mi Biblia: “Me convertí en cristiano hoy, arrepintiéndome y recibiendo al Señor Jesús en mi vida”. Aquella fe sencilla en nuestro misericordioso Dios, Su perdón y amor, es la clave a la reconciliación con Dios. Aunque nuestro hijo se rebeló contra el Dios de su juventud, con consecuencias trágicas, Dios nunca le abandonó. El diálogo de Juan con Dios es evidencia de esto y de su posterior arrepentimiento y fe.
Una vez le preguntamos qué haría con su vida si Dios le curaba el cáncer. Inmediatamente respondió: “Sería un misionero”. Es una de las razones por las que deseamos compartir su historia con muchas preciosas personas que necesitan un mensaje de esperanza y un Salvador que les tomará de la mano en todo el viaje de la vida, incluso en el valle de sombra de muerte.
Cualquiera que sea tu situación en la vida, Dios promete: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jeremías 29:11-13). Puedes comenzar la búsqueda hoy, orando y leyendo el Evangelio de Juan, el Salmo 116 y Salmo 25:5. Entonces tú también, como nuestro hijo Juan Pablo, podrás hallar en el Señor Jesucristo todo lo que necesitas: perdón, vida eterna, consuelo, certidumbre y paz verdadera.