Truth Wins: A Nun's Story (Spanish)
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- Format: Folded Tract
- Size: 3.5 inches x 5.5 inches
- Pages: 6
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Gasté cuarenta y cinco años de mi vida como Católica Romana; veintidós de esos años fueron gastados como una monja en un convento encerrado que era dedicado a la adoración, la reparación, y el sufrimiento. Yo creía que era el llamamiento de una monja de ser una salvadora miniatura del mundo como era Jesucristo.
Después de asistir a la escuela primaria Católica por ocho años y de memorizar el catecismo que es el libro de texto del Catolicismo Romano, creía en mi corazón que una familia con un hijo o una hija que se hiciera un sacerdote o una monja recibiría el favor de Dios y unas bendiciones especiales. Decidí entrar en el convento al llegar a la edad de salir de la casa. Esto era mi meta aún en mi adolecencia. Cuando cumplí los veintiún años, en 1954, entré en el convento en contra de los deseos de mis padres. Mi creencia en el llamamiento para ser monja suplantó la oposición fuerte de mis padres. Aunque quebrantó mi corazón dejar a mi familia, me consolé con el hecho que estaba haciendo la voluntad de Dios en hacer este sacrificio para la salvación de mi familia y de todas las personas fuera de la fe Católica a quienes yo creía que estaban condenadas al infierno.
Al principio, estaba en asombro de la soledad, la hermosura estructural, y la paz que el convento parecía tener. Fui enseñada como hacer la penitencia—tal como dormir en un tablón, postrarme a la puerta del comedor como un acto de humillación, y golpearme como un modo de aplacar la ira de Dios. Esto me enseñó a creer en un Dios severo, inaccesible, y nada cariñoso. Lo temía en cada momento de mi vida. Mientras pasaba el tiempo, un vacio llenó mi corazón y me sentía hundida por la desesperanza. Estaba deprimida, muchas veces llorando mientras protestaba furiosamente contra la autoridad y odiaba las normas y las costumbres del convento que eran crueles. Mi cuerpo desarrolló varios tipos de enfermedades y me encontré con un temblor que solo el Valium podía ayudar. Todo el tiempo, la medicina estaba alterando mi mente y removiendo mi habilidad de pensar y razonar.
Estaba tan hambrienta de saber que Dios me amaba y tenía tanto deseo de conocerlo que empecé a leer escritos místicos que enseñaban que uno podía lograr una unión mística con Dios, así obteniendo un conocimiento sobrenatural de Él lo cual guiaba a la santidad total. Este camino me dirigió a dar un enfoque sobrenatural no solo a la Biblia y a Jesús sino también a cualquier cosa que tenía que ver con mi vida religiosa. Paso a paso perdí mi capacidad para razonar y tratar con la realidad—la realidad era demasiada dolorosa para enfrentar.
Todavía sientiendo la desesperanza y el desanimo, clamé a Dios que yo no podía seguir más. En Su misericordia y gracia, Él escuchó mis oraciones.
En 1975, un primo que había llegado a ser un Cristiano trajó al convento un evangelista que estaba visitando New York. Él estaba predicando una campaña en la calle en una parroquia Católica. Recibí el permiso para asistir y por la primera vez escuché el Evangelio verdadero. ¡Eran verdaderamente las Buenas Nuevas! Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito [Jesucristo], para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna [Juan 3:16]. Aprendí que Jesús murió por mis pecados pasados, presentes, y futuros. Cuando Lo acepté como mi Señor y Salvador y me arrepentí de mis pecados, Él trajo vida a mi espíritu muerto y empezó una relación personal entre mi Señor y yo. Esto es el regalo de Dios a los que creen — Porque por gracia sois salvos por medio de la fe, y esto no de vosotros; pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe [Efesios 2:8,9]. Qué importante saber que tenemos que confiar y creer en Él individualmente — Que si confesares con tu boca al Señor Jesús, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo [Romanos 10:9].
Despues de personalmente aceptar a Jesucristo como mi Señor y Salvador, empecé a leer mi Biblia y orar directamente a Dios. In 1977 salí del convento y comenzé mi búsqueda de saber la verdad. La Palabra de Dios era mi única autoridad y todo fue medido según la Biblia. Pero esto solo era el principio; no me di cuenta del daño serio que las doctrinas y las creencias falsas habían causado en mi cuerpo y mi mente.
A través de un amigo, conocí un consejero Cristiano quien me ayudó a ver que siendo hacedor de la Palabra traía sanidad al cuerpo y claridad a la mente. Porque a través del nuevo nacimiento podemos tener la mente de Cristo. No ha sido un camino fácil, pero ha sido un camino lleno del amor y de la bendición de Dios. El Señor ha sido fiel a mí en la promesas de Su Palabra. Él prometió restaurar los años que la langosta comió lo cual me ha permitido empezar una vida nueva llena de gozo y una paz interior verdadera que ni el mundo ni la religión puede dar.
Es un privilegio poder compartir el amor y la bondad de Dios con todos que escuchan que Él tiene un plan para cada vida y que Él es fiel para cumplir ese plan cuando recibimos el regalo de la salvación por creer en Su Hijo.
Me encanta citar Salmo 18:28, 29 — Tú, pues, encenderás mi lámpara: Jehová mi Dios alumbrará mis tinieblas. Pues por ti he desbaratado ejércitos; y por mi Dios he saltado muros. Amen
— Alabado sea Jehova. — Jacqueline Kassar