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- Format: Folded Tract
- Size: 3.5 inches x 5.5 inches
- Pages: 4
- Imprinting: Available with 4 lines of custom text
- Version: LBLA
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“Y dio a luz a su hijo primogénito; le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lucas 2:7).
¡Qué día tan feliz, pero a la vez tan triste! Después de llegar finalmente a Belén, José y María recibieron malas noticias: el mesón ya estaba lleno de huéspedes, y no había lugar para ellos. Al ser rechazados, encontraron refugio entre los animales, y fue allí donde nació Jesús.
Piénsalo: no hubo lugar para el tan esperado Salvador, el hijo de Dios que fue destinado a gobernar el mundo con justicia. Tal vez tú dices: «Si yo hubiera estado allí en Belén aquella noche, hubiera abierto mi hogar a Jesús». Pero, permíteme hacerte una pregunta personal: ¿Has abierto las puertas de tu corazón para dejar que el Salvador entre en él? O, ¿está tu corazón tan lleno de otras cosas que no tienes lugar para Jesucristo?
Parte del problema es que el mundo actual está tan ocupado con el entretenimiento, los negocios, los deportes, la política y la religión, que Jesucristo es simplemente desplazado. Estamos ocupados y distraídos con un millón de cosas diferentes.
Pero también es cierto que el corazón humano, por naturaleza, es pecaminoso. Cuando Jesús comienza a hacer brillar la luz de la santidad en nuestra vida, nuestras fallas son reveladas y nos sentimos incómodos. Durante Su vida en la tierra, mientras Jesús sanaba a los enfermos y hacía milagros, grandes multitudes lo seguían. Pero cuando comenzó a cuestionar la religión vacía y a demostrar que Él es el único camino al Cielo, «Fue despreciado y desechado de los hombres…» (Isaías 53:3). El día de Su muerte la gente gritó: «¡Fuera! ¡Fuera! ¡Crucifícale!» (Juan 19:15).
Jesús, quien declaró: «Yo soy la luz del mundo», nos explica por qué lo resistimos: «...la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, pues sus acciones eran malas. Porque todo el que hace lo malo odia la luz, y no viene a la luz para que sus acciones no sean expuestas» (Juan 18:12; 3:19-20).
¿Qué tal tú? ¿Te sientes incómodo cuando piensas en que algún día comparecerás delante de Dios? ¿Has intentado evitar pensar acerca de tu pecado? ¿No has dejado lugar para Jesús en tus pensamientos y ni en tu vida?
¡Hay buenas noticias! Jesús vino a este mundo como un regalo de Dios, para salvarnos de nuestros pecados (Mateo 1:21). No sólo se mantuvo a cierta distancia para decirnos que teníamos un problema: ¡Él nos abrazó e hizo algo al respecto! En la cruz, Él recibió todo el castigo que nuestro pecado merecía, murió en nuestro lugar, y resucitó para que podamos vivir con Él por siempre.
Es hora de dejar de esconderse de Dios. Es hora de reconocer que las cosas con las que has estado llenando tu vida sólo te dejan vacío e insatisfecho. ¡Es hora de hacer espacio para Jesús en tu vida!
Vuélvete a Él, pon tu confianza en Él, y recibirás no sólo el perdón de tus pecados, sino también una nueva vida de paz y de gozo al vivir con Dios, tanto ahora como en la eternidad. ¡Acéptalo como tu Señor y Salvador ahora!
«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en El, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16).
«A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Pero a todos los que le recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en su nombre» (Juan 1:11-12).